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domingo, 15 de marzo de 2015

Arpegios de madrugada.



Era una de esas noches místicas, crípticas que guardas en ese diario, junto a todos esos momentos esporádicos y mágicos que nunca salen a la luz, como un tesoro escondido que a veces vas a desenterrar al  desván solo para recordar.

Era madrugada en esa ciudad, en un lugar apartado del ajetreo mundano, en un ambiente idílico y tenue.

Tenía los ojos rasgados pero extrañamente llamativos, melancólicos y pícaros a la vez, un peinado radical y algo bohemio.  Éramos dos desconocidos dándole la espalda al mundo, apoyándola contra la persiana, era ya la madrugada y el cielo se tornaba rosado por momentos, anunciando el final inminente de la noche. Él era uno de esos chicos vaivén, un amante inolvidable, un pestañeo leve, un abrir y cerrar de ojos que desaparece, un final con preaviso, una soledad unida a la mía, dos cuerpos que se necesitaban por unos instantes, un tipo de amor instantáneo y de vía rápida que creaba el efecto deseado en cuestión de minutos, una inyección de emergencia contra ese virus llamado soledad, que a veces golpeaba con fuerza nuestros motores latentes y nos hacía tiritar por el frío.


Amanecía, él con su guitarra me cantaba, cada acorde era un puñal más en mis costados, cada palabra que emergía de su voz era un disparo a mi razón, a mi invulnerabilidad. Su voz, rasgada y melancólica se metía en mi cabeza y rebuscaba entre todas esas cajas que concienzudamente me había encargado de cerrar bajo llave. Y él las abría para ver qué se escondía dentro. Empezó a desordenarlo todo y dio con una caja mayor, negra con una cerradura de oro. Con un simple soplido, la abrió. Soledad se llamaba lo que escondía dentro.

Él cantaba y cantaba, le cantaba a mi soledad, parecía una nana triste para una niña que no quería dormir, una regañina cariñosa para una niña que tenía la piel hecha jirones y estaba allí, intentando repararla a besos de un insomne tan roto y solo como yo.  Él también se rompía, se rompía a la misma velocidad que yo. Éramos dos siluetas insomnes y tristes, dos soledades que nunca podrían sanar a la otra. Él cantaba, cantaba. Yo me rompía, me rompía. Y así, desde entonces, duermo con la nana de la soledad en mis oídos. A veces pasamos las noches entre acordes y cariño sabiendo que al día siguiente, abandonaremos ese estado de idilio. Es nuestro único destino y final posible pero en el transcurso de este, él le echa sal a mis heridas, y yo a las suyas.

Él es la forma que tiene mi soledad, un chico insomne y preso de las ojeras, cantándole a la nada un sábado a las seis de la mañana. Lo que más odio es ese silencio tras el final, ojalá nunca dejara de cantar, le tengo miedo al silencio que por las noches no deja nunca de gritar y no me deja dormir, a este frío que no se va ni con el fuego más ardiente.  Él es la soledad, él es la voz de mi soledad, él me ahoga y mañana ya no estará, pero esta noche sé que no dormiré con ese silencio, ahora mis lágrimas tienen canción, ahora mi soledad es capaz de bailar al son de estos dos insomnes que no se quieren dormir...
 








Come on skinny love just last the year
Pour a little salt, we were never here 

And I told you to be patient
And I told you to be fine
And I told you to be balanced
And I told you to be kind
And in the morning I'll be with you
But it will be a different kind

Who will love you?
Who will fight?
Who will fall far behind?



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