Tiemblo, dudo, me desespero. Me agarro del pelo y trato de
relajarme, sin éxito. Amanecer supone luchar de nuevo. ¿Estoy preparada,
realmente estoy preparada? Tengo experiencia acumulada, puntos extras, sé a qué
me enfrento. A mí misma. Parece poco, hasta que ves la separación de mi ego en
dos, hasta que ves la forma de mi otro yo, tan horrenda, tan temeraria. Y me
pregunto, ¿De verdad que esa es mi otra yo? Desde el exterior, en el espejo, yo
me veo bella, no me veo monstruo que se alimenta de mis preocupaciones. Ese yo,
que vive dentro de mí, que me ahoga, que me aprieta, que no me quiere dejar
vivir y que sin embargo, no puede vivir sin mí. Y yo parece ser, que tampoco
sin él. Me niego a creerlo, quiero ser libre, cortar estas cadenas que me unen
a ese ego que ni siquiera sé por qué es mío, no me representa. Me cuesta
respirar, me está ahogando hasta tal punto que las lágrimas se asoman
furiosamente por mis ojos. Está venciéndome con su afilada y larga espada. Me
atraviesa y me parte en dos, una y otra vez. Tengo armas, pero no sé cómo
usarlas. No hay tutoriales para saber cómo enfrentarse a una misma. Siento que
me desmayo, que pierdo toda clase de conocimiento. La escena se queda en
blanco. No es un simple juego, esto no es un juego. Es mi vida y soy yo,
tratando de escapar de mí. Pero por mucho que grite, nadie puede oírme. Mi ego
me apresa. Déjame salir, déjame. Game over para mí, game over.
Te odio, te odio
tanto, mi otro yo. Te dedico estas palabras, ahora que me tienes aquí
moribunda. Quiero que sepas lo mucho que te odio. Sabes que yo no soy así y tú
me haces serlo. Algún día, acabaré contigo, aunque ello me suponga perder la
vida misma.