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domingo, 23 de noviembre de 2014

A mountain of ice-

Me hice una promesa contra natura y casi me falto el respeto, casi vuelvo a abandonarme. No, no y no. Mis instintos humanos deben quedarse aletargados por tiempo indefinido, ¿por qué trato de despertarlos? No quiero despertar, estoy bien dormida, ¿verdad? ¿No es eso lo que le digo a todo el mundo? Estoy bien como estoy.

 No entiendo esa necesidad por buscar calor para no morirme de frío, si no lo necesito. Creo que no hay mayor castigo que privarse de la propia humanidad. Es mi castigo, mi castigo por haber salido ahí fuera, a la lluvia sin paraguas, por abrazar serpientes que sabía que me iban a besar letalmente. Estoy castigada de cara a la pared y ninguna plegaria ni súplica hará que sea perdonada. Porque no quiero, porque no debo, porque es mediocre ser humano, porque conlleva cosas que no estoy dispuesta a llevar a cabo. Porque volver a exponerme significaría ponerme en peligro de extinción, de nuevo. Y no quiero que nadie vuelva a arrancarme la piel. No quiero que se vendan trozos de mí a cualquier precio. No quiero ser un premio, un trofeo ni un regalo. No quiero que me cacen y pongan precio a mi cabeza.

Soy como esa presa que quiere salir de su madrigera pero sabe que fuera le espera una trampa mortal. Pero aun así, su ambición le obliga a salir. Estoy tratando de transformarme, alejarme de ambiciones insanas y buscarme otras menos nocivas. Pero no puedo. ¿Acaso vivir no es nocivo, a caso no nos mata cada día lentamente? Quizá yo no quiero morir más de la cuenta. Quizá si permanezco aquí escondida, nadie podrá enjaularme y desgarrar mi pelaje. Quizá es mejor que mi nombre no resuene en la boca de nadie, nunca.


sábado, 15 de noviembre de 2014

No hay vida más allá de mis dos teorías del caos.

He vivido siempre entre dos extremos y límites, entre dos teorías del caos diferentes. La teoría de la perfección y la teoría de la autodestrucción, del olvido de identidad. Siempre voy saltando de una a otra pues no sé vivir en una tonalidad gris, quizá. Por mucho que me intente convencer de que la vida no es un blanco y un negro permanentes, que hay una amplia tonalidades de gris en las que podría sobrevivir, no me lo creo.


No me permito sentir, no me permito vivir más allá de lo necesario, no me permito hablar, no me permito parar a respirar, no me permito caer, no me permito añorar, no me permito necesitar,  no me permito equivocarme, no me permito exponerme, no me permito darme a conocer, no me permito soñar. No.

Vivo tras los muros de contención, atada de pies y manos y con vistas solo lineales, sin posibilidad de mirar hacia los laterales. No puedo salirme del camino, de mis límites. No puedo romper barreras ni tampoco saltarlas. Así es como debe ser. Me he impuesto mi propia teoría del Caos, la teoría de la perfección, una perfección dura, un castigo silencioso, un látigo que me perfora los costados. Yo soy mi propia capataz y me grito, me castigo, me exijo, me humillo. Debo conseguirlo todo y no fallar. Me he impuesto esta vida pues ya he estado más allá de los límites y casi no vuelvo para contármelo. He explorado nuevos caminos, me he permitido sentir, me he permitido llorar, equivocarme, arrepentirme, necesitar, añorar, caer y levantarme, exponerme y darme a conocer, soñar. Esa era mi teoría del caos de la identidad. Olvidarme a mí misma para dejar un pedazo de mí en cada cosa que hacía, cada cosa que sentía. Obligarme a sentirlo todo, a vivirlo todo en una sola dosis, a saturarme de momentos para que no me dejara por vivir ninguno.  Pero olvidé que mis pedazos se iban quedando detrás de mí, y el camino se volvía costoso. Me quedé en todas las cosas, vivencias y personas a las que me regalé, Cómo iba a continuar si ya no tenía un cuerpo ni una forma definida, si me había vendido por partes, si no quedaba nada para mí.

Tengo dos teorías del caos y ambas son destructivas. Vivirlo todo o no vivir nada en absoluto. Sentirlo todo u olvidar que dentro de mí hay un motor latente que pide una tregua por tantos latigazos. Quiere pararse a descansar pero no, no le voy a dejar. No ha sabido portarse bien, no le dejaré hablar. Su función a partir de ahora ha de ser la estrictamente necesaria. Solo tiene que latir. No le voy a atribuir otras necesidades. Estamos en mi dictadura, y aquí nadie tiene el derecho a satisfacer sus indomables deseos.


La imperfección es libertad, es un preso que ha escapado de la cárcel, es deseo y ambición. La perfección, una utopía y un Régimen, lo que todo ser humano ansía conseguir. Queremos la libertad de la imperfección para poder ser perfectos.  


Yo rechazo la libertad, entre estos muros estoy construyendo la perfección que tanto ansiaba. Aunque ello me suponga perder mi humanidad