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sábado, 15 de noviembre de 2014

No hay vida más allá de mis dos teorías del caos.

He vivido siempre entre dos extremos y límites, entre dos teorías del caos diferentes. La teoría de la perfección y la teoría de la autodestrucción, del olvido de identidad. Siempre voy saltando de una a otra pues no sé vivir en una tonalidad gris, quizá. Por mucho que me intente convencer de que la vida no es un blanco y un negro permanentes, que hay una amplia tonalidades de gris en las que podría sobrevivir, no me lo creo.


No me permito sentir, no me permito vivir más allá de lo necesario, no me permito hablar, no me permito parar a respirar, no me permito caer, no me permito añorar, no me permito necesitar,  no me permito equivocarme, no me permito exponerme, no me permito darme a conocer, no me permito soñar. No.

Vivo tras los muros de contención, atada de pies y manos y con vistas solo lineales, sin posibilidad de mirar hacia los laterales. No puedo salirme del camino, de mis límites. No puedo romper barreras ni tampoco saltarlas. Así es como debe ser. Me he impuesto mi propia teoría del Caos, la teoría de la perfección, una perfección dura, un castigo silencioso, un látigo que me perfora los costados. Yo soy mi propia capataz y me grito, me castigo, me exijo, me humillo. Debo conseguirlo todo y no fallar. Me he impuesto esta vida pues ya he estado más allá de los límites y casi no vuelvo para contármelo. He explorado nuevos caminos, me he permitido sentir, me he permitido llorar, equivocarme, arrepentirme, necesitar, añorar, caer y levantarme, exponerme y darme a conocer, soñar. Esa era mi teoría del caos de la identidad. Olvidarme a mí misma para dejar un pedazo de mí en cada cosa que hacía, cada cosa que sentía. Obligarme a sentirlo todo, a vivirlo todo en una sola dosis, a saturarme de momentos para que no me dejara por vivir ninguno.  Pero olvidé que mis pedazos se iban quedando detrás de mí, y el camino se volvía costoso. Me quedé en todas las cosas, vivencias y personas a las que me regalé, Cómo iba a continuar si ya no tenía un cuerpo ni una forma definida, si me había vendido por partes, si no quedaba nada para mí.

Tengo dos teorías del caos y ambas son destructivas. Vivirlo todo o no vivir nada en absoluto. Sentirlo todo u olvidar que dentro de mí hay un motor latente que pide una tregua por tantos latigazos. Quiere pararse a descansar pero no, no le voy a dejar. No ha sabido portarse bien, no le dejaré hablar. Su función a partir de ahora ha de ser la estrictamente necesaria. Solo tiene que latir. No le voy a atribuir otras necesidades. Estamos en mi dictadura, y aquí nadie tiene el derecho a satisfacer sus indomables deseos.


La imperfección es libertad, es un preso que ha escapado de la cárcel, es deseo y ambición. La perfección, una utopía y un Régimen, lo que todo ser humano ansía conseguir. Queremos la libertad de la imperfección para poder ser perfectos.  


Yo rechazo la libertad, entre estos muros estoy construyendo la perfección que tanto ansiaba. Aunque ello me suponga perder mi humanidad

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