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lunes, 29 de octubre de 2012

Lunes.



Van trajeados hasta el alma, intentando disimular que a ellos también les molesta el hecho de que ya sea lunes. Viajan en metro o en coche, escuchando música clásica para aliviar su congoja. La ciudad despierta, poniendo en marcha su ajetreo diario, su contaminación, su estrés. Cercanías, trenes, autobuses. Parejas despidiéndose, gente yendo a la universidad, gente, en su totalidad, invadida por sus más oscuros pensamientos de lunes.
 Lunes, sinónimo de empezar de cero, sinónimo de tediosa rutina, sinónimo de tristeza en el contaminado aire. Pero cuando van pasando las horas, el lunes se va relajando, va dejando de apretar nuestros delgados cuellos, nos deja descansar, agotados, en la cama. Pero hasta que eso ocurre, tenemos que andar sobre él, intentando no perder ni un segundo el equilibrio. Suspiramos, estornudamos, nos limpiamos. Creemos que es un simple resfriado, pero  no nos engañemos, es la alergia al lunes. Voy en bus, miro sus caras; están dispersas. Algunas me observan minuciosamente y vuelven su mirada al frente o a sus pies. Siempre que estamos pensando, miramos al horizonte intentando hallar respuestas, o a nuestros pies, intentando que nadie pueda adivinar qué pensamos. Intentamos refugiarnos en nuestros pensamientos aunque más que salvarnos, nos ahogan. Pero es lunes, mañana será martes, y aunque nuestros pensamientos tan oscuros sean iguales, habrá pasado un día, ya sabremos andar por el delgado hilo de la rutina. Hablar de los lunes, qué cosa tan banal. Pero nadie me quitará la razón sobre que, en los fines de semana, uno vive en su propio paraíso y viaja donde puede o quiere, pero se aleja del ajetreo. A veces necesitamos tranquilidad, un abrazo, algo que nos diga que la semana irá bien. Vivir no es fácil, los lunes no son fáciles, pero hay detalles que pueden ayudarnos a sobrevivir a esta multitud de semanas, meses, años.

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